Blog
16/11/2020 - Autor: RAMON FONT


Desde que la televisión ha entrado en los juzgados, ha permitido que los ciudadanos puedan contemplar algunos juicios reales como si fueran espectáculos de ficción. Y en estos nuevos "reality shows" han podido comprobar que lo que se habían creado en su imaginario, sobre todo a partir de las ficciones americanas, tiene poco que ver con nuestra realidad.

Pero al mismo tiempo, esta exposición pública, ha comportado también que mucha gente se haya quedado bastante asombrada ante varias cosas que ha presenciado. Desde la escenografía y el atrezo de algunas salas de vistas decimonónicas, hasta la rigurosidad de las formas o el críptico lenguaje que se utiliza. Pero también se han sorprendido de la peculiaridad de algunos de los operadores jurídicos, entre los que cabe destacar, de manera muy especial, a los jueces.

El juicio que se está celebrando sobre los atentados en las Ramblas de Barcelona, ​​ha situado en el ojo del huracán al magistrado Alfonso Guevara y mucha gente se ha sorprendido que una persona con su talante, pueda presidir un tribunal de justicia. Desde la opinión publicada se lo ha intentado definir de varias maneras: algunos, prudentes, dicen que es duro y seco, pero recto; otros, más atrevidos, lo tachan directamente de impertinente y de excesivamente mordaz y autoritario; e incluso, alguien, como cierto articulista de La Vanguardia a quien gusta épater, lo justifica afirmando que el hecho de que un juez no tenga don de gentes o que sea antipático o insípido, no debería constituir escándalo y concluye diciendo que tiene malas pulgas, pero si yo fuera un acusado, me gustaría tenerlo delante. Mejor que no se vea en esta tesitura, créame señor Luna. Particularmente pienso que sencillamente es un caradura mal educado, despectivo, irrespetuoso, verbalmente agresivo y violento, que disfruta abusando de su poder y al que, por el bien de la justicia, se le debería apartar de cualquier cargo público que implique contacto con la ciudadanía.

Pero esto que ahora ha descubierto la gente ajena al mundo judicial y que seguramente cree, de buena fe, que es un hecho aislado, desgraciadamente es bastante habitual. El universo de la magistratura cada día está más repleto de jueces maleducados, impertinentes, insolentes y airados, que abusan de su poder y su autoridad, de manera totalmente impropia, hasta límites insospechados. Y no son jueces maduros o caducos como alguien podría imaginar, sino que, desgraciadamente, entre las nuevas hornadas de jueces jóvenes, esta manera de hacer cada vez es más abundante.

Desde mi punto de vista este es un problema extremadamente grave, y a pesar de que hace tiempo que se detectó y que incluso muchos Colegios de Abogados crearon una Comisión de Relaciones con la Administración de Justicia (que aunque oficialmente se ocupa de manera genérica de velar para corregir las posibles disfunciones existentes en la relación diaria entre los colegiados y la administración de justicia y los demás operadores jurídicos, en la práctica de lo que más se ocupa es de las teóricas quejas de los Jueces hacia los abogados -no he visto ninguna- o de los abogados hacia los Jueces -la inmensa mayoría-), no se ha avanzado, en absoluto, hacia su erradicación. Porque desafortunadamente, el efecto útil de esta Comisión siempre ha sido muy escaso, especialmente en Juzgados pequeños, dado que es muy difícil (y peligroso) que un abogado se queje de un juez a quien deberá ver continuamente juicio tras juicio. Pero, incluso las quejas de los valientes que se han atrevido a formularlas y que se han llegado a tramitar, a pesar de ser la mayoría plenamente constitutiva de las faltas previstas en la Ley Orgánica del Poder Judicial y por tanto sancionables, no recuerdo que nunca se haya sancionado ningún juez consecuencia por una de estas quejas. Sistemáticamente todas han finalizado su recorrido con un acuerdo de la Comisión Disciplinaria del Consejo General de Poder Judicial por el que se archiva la información previa que se hubiese abierto de antemano.

La consecuencia evidente de esta manera de actuar por parte de quien tiene el poder para corregir actitudes desviadas, es la de ratificar fehacientemente la más alarmante barra libre en las actitudes desconsideradas y carentes del más mínimo respeto, que muestran algunos jueces hacia los letrados que, con más o menos acierto, tratan de ejercer la defensa de los intereses de sus clientes de la mejor manera posible y los que a menudo muchos jueces se dirigen con tono desairado y de desprecio y procuran, por poco que puedan, hacerlos quedar en ridículo delante de los clientes. Y no sólo reciben este trato los abogados, sino también los procuradores, peritos, testigos y hasta los propios encausados ​​a quienes muchas veces, debido a su inexperiencia en estas cuestiones, atemorizan de manera descarada.

Es cierto que los jueces y magistrados tienen la exigencia de dirigir los debates y mantener el orden de la Sala y que la falta de rigor en el ejercicio de esta función podría provocar que un acto solemne como es la celebración de un juicio, pudiera convertirse en una discusión propia de un programa de tertulia televisiva. Ahora bien, esta obligación de dirigir los debates y mantener el orden en la sala, se ha de ejercer correctamente y no como hacen a menudo muchos jueces, que con su actitud crean la percepción de una autoritas arrogante y dictatorial donde la desatención, el abuso de autoridad o la falta grave de consideración y respeto a los operadores jurídicos y los ciudadanos presentes en la sala, es la norma.

Pero, ¿por qué se permite que pase esto y que esta manera de hacer de algunos jueces, lejos de corregirse, parece que tienda a favorecerse y que, por tanto, cada día sean más los que tengan este comportamiento? Personalmente tengo mi propia teoría al respecto, pero no es eso lo que interesa. Lo importante sería que el máximo órgano de control de los jueces se tomara en serio estas cuestiones y, en lugar de practicar el corporativismo, hiciese frente a la realidad y tuviera interés en construir una administración de justicia que también en esto, fuera homologable a la de las sociedades europeas más avanzadas, donde el trato entre todos los operadores jurídicos y los ciudadanos que se han de acercar sea correcto, educado, exquisito y cortés.

Pero veo complicado que esto suceda. Hace un tiempo un compañero me decía que soñaba con la llegada del día en que en nuestros tribunales no se permita que ningún juez trate con desconsideración a abogados, procuradores, ciudadanos, y como no, a los fiscales, letrados de la administración de justicia, funcionarios , etc., pero que era consciente de que difícilmente lo vería nunca. Quizá tenga razón, pero cuando pienso en ello, siempre me viene a la mente la frase atribuida al científico alemán Georg Christoph Lichtenberg en la que dice que cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen, pierden el respeto. Veremos que pasa cuando llegue el día que sean muchos los que pierdan el respeto.

Ramon Font

www.ramonfont.cat